A veces pienso en el paso de los años,
en cómo el mundo cambia, gira, se descompone, vuelve a su sitio. A
veces pienso en por qué las cosas suceden del modo en que lo hacen,
y no de otro. En por qué cada persona actúa de una forma
determinada, pero luego cambia, incluso una misma. A veces me
pregunto en cómo el ser humano es capaz de soportar situaciones
insoportables, y cómo en un momento concreto, que en realidad nunca
se sabe cual es exactamente, eso ya no es así. Y lo insoportable lo
es en desmesura, incluso lo poco soportable se convierte en un reto
inconcebible de superar. Algo a lo que antes hubieses plantado cara
“con dos cojones”. ¿Por qué ya no? O, por qué sí, pero no de
la misma manera, con menor intensidad. Tal vez el peso de la pérdida
haya hecho su efecto sobre tí, no pérdida material, puede que
tampoco humana, una mezcla de tantas y tantas cosas que se pueda
resumir en la pérdida única de una misma, y lo que eso supone.
El día a día, los traspiés, las
caídas, el plantar las manos en el suelo, coger impulso y
levantarte... Van haciendo tu vida, y tu persona. Se supone que está
en las manos de cada uno ser quien y como es, pero creo que eso no es
del todo cierto. A los humanos le influyen otros humanos, las
vivencias, todo es un cúmulo de circunstancias, que sumadas a tu
propia aportación dan como resultado lo que eres y dónde estás. Es
cierto que no creo en el destino, o no quiero creer en él. Lo que no
significa que siempre esté todo en la mano de uno.
A veces pienso en las personas que se
han cruzado en mi camino a lo largo de mi vida. Las que estuvieron al
principio y siguen estando, las que perdí, las que se marcharon, las
que encontré brevemente por el camino, las que perduraron, las que
fluctúan, las que permanecen en este momento en mi universo. Las que
me importan. Puede que algunas que no estén también entren en ese
grupo. Creo que en este momento es en el que mejor rodeada estoy.
Gente que te quiere, que lo demuestra, y que no sale huyendo ante lo
malo. Porque el amor, en cualquiera de sus variantes, es eso, estar
para todo. No sé si soy merecedora de muchas de las personas que
tanto y tan bueno me aportan, lo que sé es que estoy agradecida y
espero poder ofrecer ese mismo sentimiento para ellos.
Sin embargo, hay tantas cosas en el
mundo que impiden poder saborear completamente un momento... Y me
pregunto si “mi yo” del pasado habría sabido hacerlo mejor que
la actual. Siempre he creído que las desgracias hacen más humilde a
las personas, y que te ayudan a tener perspectiva respecto a
“problemas” cotidianos, que finalmente no son para tanto; así
como valorar lo que tienes. Creo que eso lo hago. Pero como en
cualquier buen “ciber-juego”, hay que saber hacer lo indicado en
el momento oportuno para poder enfrentarte al “gran enemigo”, ese
que al superar cada nivel te pega el subidón de adrenalina y te
sientes cada vez más fuerte y preparado. Y que, sin saber cómo ni
por qué, en un segundo te da el golpe de gracia, y en la pantalla de
batalla solo quedan dos palabras “GAME OVER”. ¿Qué hacer
entonces? Es un juego, reinicia. Pero en la vida no. Solo hay una. No
hay más oportunidades.
Puede que un poco más adelante esté
lista para dar un buen cierre a esta reflexión.